Taller de enseñanza de escritura literaria - Grupal, individual, presencial y/o a distancia - Coordina: CLAUDIA CORTALEZZI
Lectura de cuentos del taller de la Bib. Sarmiento Cañuelas
... en la Feria Distrital del Libro 2017
Cañuelas
Gracias por la invitación
Introducción al cuento y microrrelato
La piscina, de Laura Melero
Por lo
general, no me agradan las aglomeraciones. Soy por naturaleza un hombre tímido
y solitario. De todas maneras, hoy es un día caluroso y me dieron ganas de
acercarme al club y disfrutar de la última innovación de este verano: una piscina
saludable, llena con agua de mar. Estaba seguro, tratándose de un día lunes,
que no habría casi nadie.
Efectivamente,
llegué y conseguí una reposera vacía sin problemas. La ubiqué de manera que me
diera el sol de forma pareja y me recosté medio sentado medio acostado.
En la
piscina, una chica de unos treinta años nadaba en estilo crol. Salió un momento
del agua, y la pude detallar minuciosamente. Usaba un bikini mínimo, color
plata metalizada, de esos modernos de colaless,
y que resaltaba un bronceado parejo muy agradable. La verdad, dicho sea de
paso, con un cuerpo trabajado, atlético. Se sacudió el pelo como un perrito y
me dirigió una sonrisa amistosa. Yo se la devolví con duda porque no sabía si me
estaba dirigida o si el destinatario era otro. Parece que sí: era a mí.
¿A quién más,
si estamos solos en esta área, estúpido?, pensé.
La chica se
volvió a zambullir. Ahora nadaba en estilo pecho, muy armonioso. Y sin
cansarse, como si nada. Llegó al extremo de la piscina, me miró otra vez y, sin
quitarme la vista de encima, se desprendió el corpiño del bikini y lo arrojó
hacia afuera. Luego, me sonrió, y esta vez de una forma pícara que sugería, sin
lugar a confusión, una invitación tácita. Enseguida, se largó a nadar
nuevamente hasta el centro de la piscina, y quedamos de frente. Ella se
sumergió de cabeza y apareció de nuevo, con la panty de la bikini en la mano y
me la arrojó en la cara con excelente puntería y marcadas intenciones.
A esas alturas,
siendo el receptor de ese claro mensaje, por más solitario y tímido que yo
fuera, tenía que actuar. Así que me levanté de la reposera, respiré profundo, tensé
los pectorales, entré el estómago y caminé hacia ella lentamente, moviendo los
brazos para disimular la erección creciente e indiscreta, y mirando al suelo
para que no se me notaran los nervios.
Cuando
estaba por llegar al borde, me detuve. La chica ya se acercaba, y yo di media
vuelta ante su estupor y el desvanecimiento de su sonrisa. Me acordé de que no
sé nadar. Y aunque la tentación fuera grande, decidí que tardes como esa
podrían repetirse en el futuro. Con la misma chica o con otra cualquiera; qué
más daba. Pero después de que me inscribiese en clases de natación.
Carta a mi niña - Elda Parra
SALOON
SAINT
SPIRIT
Las niñas buenas van al cielo,
las niñas malas van a todas partes.
Mae
West
Mi
amada niña:
Aquí
estamos juntos los hemos quedado para esta fecha. A ninguno conoces
personalmente, nunca los has visto, pero estoy segura de que podrías
identificarlos en cualquier parte del mundo. Tantas veces te los he descripto,
que si algún día los vieras los llamarías por sus nombres sin equivocarte. Que estemos todos
juntos no te llamará la atención,
siempre lo estamos, pero…, de otra manera.
Como
en este paraje, por ahora, no hay
“iglesia” donde reunirse, acordamos que el Saloon Saint Spirit fuera el lugar ideal
para acompañarnos durante esta tormenta de nieve. La tormenta desatada en todo
el país aquí se siente como en ningún
otro lugar. A ti las tormentas no te son ajenas. Aquí naciste y aquí estuviste
hasta los cuatro años. Podrás haber olvidado caras de aquella época, pero nunca
olvidarás las tormentas.
Estoy
en mi habitación. A través de la ventana que tantas veces dibujaste respetando
su forma gótica, veo cómo la nieve enrollada cae acompañada por los aullidos de
los lobos. Los siento temerosos.
En
el salón de abajo están todos juntos: ellos y ellas no se separan ni de día ni
de noche, conviven en armonía como si hubiesen leído esos libros que están de
moda, los de autoayuda. Ellas ocupan el tiempo arreglándoles la ropa y llenando
los ambientes con aromas de comida;
ellos, acostumbrados al trabajo rudo de las minas se dejan estar, engordan y se
desviven en halagos. Ellos y ellas han armado parejas, ocupan los mismos
lugares en la mesa, en los sillones. O para lo que sea. La mayor parte del día
miran las noticias en los pocos canales que todavía transmiten, comentan lo
visto sin reparar en las diferencias de género. No hay fricción, tampoco hay…
lo que tú ya sabes. De seguir así, la empresa familiar tranquilamente puede
cerrar. Con mis pupilas ya ubicadas, yo me iría a vivir contigo, a la
casa que diseñaste, que diseñó mi
arquitecta.
Por
supuesto que antes de partir yo misma bajaría el cartel Saloon y la frase de Mae West.
Quiero que siempre estén conmigo. Así el edificio, que hace tantos años
encontré abandonado, volvería a ser la iglesia Saint Spirit.
Bueno,
mi amada niña, espero que estés bien y que las buenas noticias te alegren. Se despide
de ti, en esta Navidad y desde Bingham Canton Mine, quien más te ama en esta
tierra.
Ema Greel
Tu madre
PD: No tengo idea de cuándo
recibirás esta carta, pero la intención es lo que vale.
El zombie - Ebert Wentinck
Estaba ahí.
La pareja, los dos sabían que estaba ahí, que
debían enterrarlo, aunque no se pudriera. Que dejara de condicionar su
relación, como hoy lo hacía.
El zombie estaba en el baúl de los zombies, con
su piel apergaminada, maloliente, que cambiaba del gris claro a un rojo
sangrante como corazón arrancado del pecho en sacrificio inca.
Estaba ahí, construido con silencios, malentendidos,
sobreentendidos, ninguneos de toda clase.
Ellos lo fueron nutriendo con vasos sanguíneos
de neoplasia espiritual.
Lo alimentaron con discordias, egoísmos, pequeñas
miserias, envidias.
Aunque era Navidad, olvidaron que los dos eran
prójimos del prójimo. Y tuvieron un nuevo integrante, cuando cobró vida el
zombie.
Al principio no parecía tan peligroso. Después
se convirtió en sanguinario, carnívoro, voraz.
El zombie arbitró esa relación. A veces, de
parte de uno; a veces, del otro.
No hubo paz, solo armisticio.
A veces lograban dormirlo por un tiempo. Pero él
estaba ahí, latente.
Cuando despertaba furioso, contenía lo peor de
cada uno. Y lo volcaba. ¿O lo volcaban?
Cada vez costaba más dormirlo.
Tal vez no "querían" dormirlo.
Tal vez todo lo que les quedaba de aquel inicio
del camino, era el zombie.
Sin decirse nada, se habían acostumbrado al silencio,
esa vez llevaron el baúl al campo, allí lo enterrarían.
Sabían los dos que no se pudriría, ni siquiera
moriría. Tal vez hibernaría hasta que decidiesen de común acuerdo exhumarlo.
Cavilando con la pala en la mano, mirando al
pasto para no verse, ellos esperaban. ¿Qué esperaban?
Levantaron la vista. Y, a lo lejos, una figura
querida, que hacía tiempo se había ido, se movía hacia ellos.
La bondad resplandeciente de ese rostro, su
mirada comprensiva, sabia, conocedora de otros zombies, los empapó de
esperanza. Él vio a su madre, más joven; ella, a quién sabía quien.
La figura pasó cerca, siempre mirándolos, bendiciéndolos.
Cuando los sobrepasó, siguió su camino con la
cabeza girada, sonriéndoles. Después volvió la vista, se fue.
Abrieron el baúl.
Eso ya no estaba ahí: sólo quedaban cenizas
negruzcas.
Las tiraron al aire, se esparcieron.
Pudieron mirarse a los ojos, sonrieron
Volvieron a casa.
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